Era
un día caluroso en el pueblo de Cúpira. Los niños corrían por las calles
disfrutando la alegría de las comparsas, diagonal a la estación de servicios,
cerca de un módulo de seguridad de distintos organismos del Estado que se desplegaron
a efectos del asueto de carnavales. La misma mañana de ese día, Julia, una
señora trabajadora de aproximadamente 45
años, abuela de 4 muchachos, preparaba sus termos de café, unas cuantas
empanadas para ofrecer a los turistas, y uno que otro té, de esa forma
garantizaba un dinerito para el mercado del mes. Como buena lugareña, conocía
todos los puntos estratégicos para garantizar unas buenas ventas.
Fue
así que en un dos por tres, se hicieron las 2:00 P.m., preocupada por su
demora, Julia compuso su atuendo, una gorra azul marino, pantalón negro y una
blusa blanca, según ella, ese color acompañada por el catire encendido, le
ayudaría a aumentar las ventas. De inmediato llamó a Víctor, joven vecino de su
barriada quien trabajaba como mototaxista desde hace poco. Julia no pudo
esperar la camionetica porque la última salió a la 1:30 p.m., y por las
características de la zona, más las largas colas de la temporada, no llegaría a
tiempo para vender todo lo preparado ese peculiar día. Por otra parte, nuestro
aventurero conductor, recién celebraba junto a amigos y familiares la llegada
de su segunda hija, Evelyn Farfán. Él, al igual que Julia, esperaba con ansias
estos días de carnavales para terminar de comprar las cosas para la niña, y completar para el balón de futbol que le
prometió a Víctor José, su primogénito.
Era
sábado, 18 de febrero, día alegre y relajado por la temporada de carnavales.
Como todos los fines de semana, Emilio y Andrés viajaban en el carro del
primero, un “aveo” azul, de Cúpira a Puerto Píritu, a practicar beisbol,
pertenecían a un equipo amateur llamado “los invencibles”, de esos que
conforman los panas para salir de la rutina, para liberar tensiones de la casa,
del trabajo, de la vida misma. Como siempre, esperaban a que otros aficionados a la pelota
abandonaran el estadio para ellos poder jugar como todos los fines de semana,
solo que en este peculiar día, el equipo se extendió una hora más de lo
habitual, retrasando así los planes de los muchachos. Comenzaron a jugar a eso
de las 11:00 a.m., y entre pláticas y bromas de todos los participantes,
dejaron pasar la hora de salida y se le hicieron las 2:00 p.m. Ya de regreso,
en el camino, Emilio le comentaba a Andrés lo arrepentido que estaba de no
viajar a Barcelona, quería tocar puertas de algunos asuntos amorosos y
aprovechar la oportunidad para vender una que otra cosa que había comprado en
un viaje para Colombia. Andrés le aconsejaba y le daba ánimos para que se
aventurara el próximo fin de semana.
Todas
las historias coincidieron bajo una fatídica circunstancia, Víctor arrancó
junto a Julia a una velocidad que muchos podrían cuestionar, con las
irregularidades y omisiones que la mayoría de los mototaxistas cometen. El
punto de venta al cual se dirigía ella, se encontraba pasando la carretera
nacional, en el mismo camino por el que transitaría Emilio.
Pasando el punto de
control, Andrés le comenta a Emilio su sorpresa por la cantidad de vehículos
que se desplazaban por el canal contrario a su destino, en ese instante, las
mismas comparas que dan la introducción de este relato, captaron la atención de
nuestros amigos peloteros, frenando instantáneamente para contemplar a plenitud
los bailes y las ocurrencias de las personas con los disfraces. Bajo la misma
distracción, pero a una elevada velocidad, y saliendo prácticamente de la nada,
Víctor y Julia compartieron en cámara lenta para todos los presentes de ese
lugar, una de las escenas más tristes que puede marcar la imprudencia de un
motorizado, la moto con sus ocupantes, impactaron frontalmente al aveo de los
peloteros, Julia salió disparada por los cielos, y en fracción de segundos
rebotó sobre el parabrisas del vehículo, hundiendo así todo el vidrio y
doblando la carrocería frontal del carro, para finalmente aterrizar en el asfalto,
Víctor por su parte, se levantó instantáneamente, brincando sobre una pierna,
lamentando una y otra vez la afectación de la moto. Andrés, inmediatamente se
bajó del carro para socorrer a la señora que yacía en el pavimento, Emilio, el
conductor del vehículo, vociferaba una y otra vez “la culpa es él”, acompañando
su reclamo con una mentada de madre que aún resuena en los odios de quien les
escribe.
De inmediato, las autoridades
presentes en el lugar, ante la confusión de todo lo ocurrido apresaron a Emilio
y a Andrés, un afectado Víctor con una leve contusión en las piernas
contemplaba el cuerpo de Julia junto al café derramado y las empanadas
mezcladas con la tierra, no dejó pasar por alto el lamento de los muchachos,
pensó por un momento, ante la mirada fija de los presentes, metí la pata, he
cometido un error.