lunes, 7 de enero de 2013

Una tarde de lecciones y pesares


Era un viernes 4 de Enero, se respiraba en las calles del centro de Caracas, un aire de tranquilidad con una tregua entre la gente y el mercado, era la ciudad perfecta para tomar un café o simplemente disfrutar la capital. El centro de Caracas, tiene una atención tan dedicada, que es una experiencia única recorrerla sin gastar tiempo en preocupaciones. Pero esa tarde, que compleja tarde, un señor no pensaba las mismas maravillas que este majadero necio con causa,  bueno, quizás si lo pensaría, 30 minutos antes. Desde el Teatro Principal, hasta Café París, la distancia es corta, uno puede tardarse, que, ¿menos de 3 minutos?, en sentido contrario, un hombre de aproximadamente unos 40 años, se detuvo en pleno bulevar  entre la Esquina la Torre y la Esquina Madrices, y sin mediar palabras, sin ninguna expresión de auxilio, se desplomó sobre el piso de esa concurrida calle. Parece que las ciudades crecen en concreto pero carecen de sentimiento

Recuerdo que el infortunado amigo, vestía una camisa azul y un jean negro, llevaba una corra del mismo color de los pantalones, un tono más claro quizás, que cubría su rostro. Los primeros comentarios de las y los transeúntes fueron, “seguro carga una pea”, “Ves lo que hace la droga”, “Que vergüenza, a plena luz del día”, y otros que por respeto al señor no vale la pena mencionarlos. Otras personas que caminaban por la calle, luchaban contra el instinto de ayudar al señor, o ser indiferentes a lo que sucedía, el mismo dilema que tuve al presenciar toda la cronología de una decepción colectiva.

Como era algo inusual, ante los comentarios despectivos de las personas, me acerqué para ver la cara del señor, era una cara de angustia, un rostro pálido que solo he visto en animales desvalidos, en las corridas de toros, en las mangas de coleo, la cara del asombro ante tanta indiferencia, unos ojos grandes como dos pelotas de pin pon, como preso en su propio cuerpo e indignado con todos los que nos encontramos alrededor de él, por no sujetarle el brazo, por no ayudarlo a sentar o simplemente ser humanos y tenderle la mano. Sus brazos y piernas estaban entumecidos, como que sufría un ataque epiléptico o convulsiones, él luchaba, contra nosotros y contra él mismo. Hasta que llegó un Policía Nacional Bolivariano y pidió a los presentes continuar con la marcha, que ellos se encargarían del caso.

Ese mismo día, pasadas las 6 de la tarde, no muy lejos, en la misma ciudad primaveral, la misma escena se repetía en Bellas Artes, frente a la Avenida México, pero los actores eran diferentes, y se comportaron distinto, el indefenso, contaba con el apoyo de todas y todos los transeúntes, llamaron a otros compañeros que sin dudarlo prestaron auxilio, a su forma pero auxilio, las expresiones del infortunado no eran las mismas, estaba tranquilo, en calma, comprendía que la angustia no debía reinar, que era otra prueba de la vida, otra patada de la ciudad para que la superara acompañado. En el momento en que ese perro se levantó del suelo, el resto de sus amigos continuaron acompañándolo, hasta el final, hasta el momento en que era capaz de seguir luchando por encontrar el cariño que le fue negado, por quien sabe cuál animal de esos que nos hacemos llamar humanos.

Hace un par de años, en las ciudades eramos así, pero vendimos nuestra humanidad por el concreto y comprometimos el futuro de la especie por el desarrollo del mercado.

Que lección de vida tan grande nos brindan los animales, los que no se detienen a pensar cual es el color de tu piel, los que no se detienen a pensar si huele bien o huele mal, los que no se detienen ante su individualismo, los que no luchan entre si cooperan o no. Esa es la sociedad perfecta, una sociedad que pone al “ser” ante cualquier adversidad, una sociedad que conoce su papel, su deber, su esencia, una sociedad que no olvida que, citando a Ernesto, “si no hay café para todos no habrá café para nadie”.