domingo, 2 de junio de 2013

Andes, relatos de un viajero


Por un estado del cual no quiero olvidarme, 

fui testigo de grandes cosas, 
testigo de imposibles, 
testigo de la magia.

Pertenezco al grupo de necios, 
al número de los que imaginan paisajes entre poemas, 
de los que respiran agradeciendo a las plantas y océanos, 
de esos que sueñan despiertos, 
de esos que no conocen imposibles,
de esos que simplemente aman a la vida,
de esos que que creen en los poderes creadores del pueblo.

Es así que un día, entre viaje y viaje decidí retar a la vida,
a ver si era posible conocer la magia, 
si es posible seguir descubriendo respuestas sobre los embates de cierto sistema que plaga de miserias a nuestras vidas,
así fue que llegué a Mérida,
una tierra que se asemeja a lo sublime de la Odisea, 
a lo sublime de "El viaje al Oeste".

Vaya espectáculo el del frailejon,
vaya espectáculo el del arrendajo,
que complicidad la del clima, 
tremendo regalo el de la meseta,
recorriendo tus calles pienso en Bolívar, 
en muchas oportunidades me detengo a pensar en su visión, 
en sus sacrificios, en esa entrega que otro ser humano no ha podido igualar,
pienso en los cascos de su caballo marcando huellas entre la tierra y la nieve,
pienso en su terquedad, 
en la necedad que les comenté al inicio,
pienso además, en esa horas terribles de combates, 
en cada lanza que atraviesa la vida de llaneros, la vida de patriotas,
meses, semanas, horas, esa terrible batalla contra la fuerza de la Pacha Mama,
recorriendo Mucuchies pienso en la campaña admirable,
cuantos Bolívar puede conocer la historia en caso de una agresión.

No creo en Houdini,
pero creo en la creación mágica de caminos,
en la sinfonía del páramo,
en la amistad sincera del andino,
en el respeto por la vida de unos paisanos,
creo en las enseñanzas de los Andes,
creo en la serenidad y cautela del río Chama,
si me preguntan por la magia, tiene la tierra andina.

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